
Las experiencias déjà vu son muy frecuentes: a veces, alguien se encuentra en un lugar el cual está seguro de que jamás ha visitado, pero con todo, siente que ya ha vivido esa experiencia en alguna ocasión. O, también, algunas personas alegan tener memorias de eventos que, aparentemente, no les han sucedido. Muchas personas asumen esto como evidencia de que hemos tenido vidas pasadas; en otras palabras, hemos sido sometidos a ciclos de reencarnación. Al morir, el alma abandona ese cuerpo, y pasa a unirse al cuerpo de un recién nacido. Así, mediante la reencarnación, una persona transmigra de cuerpo en cuerpo.
Pero, ¿es siquiera posible la reencarnación? Al contemplar esta doctrina de cerca, observamos demasiados problemas como para aceptarla siquiera como posible. El problema fundamental es la cuestión de la identidad personal. ¿Bajo qué criterio podemos asegurar que una persona es la misma que una persona que vivió en el pasado? Los filósofos han dedicado mucha discusión a este asunto, pero básicamente han ofrecido dos alternativas. La primera es que, una persona conserva su identidad (es decir, sigue siendo la misma) si, y sólo si, conserva el mismo cuerpo. De hecho, es así como diariamente reconocemos a nuestros amigos y familiares: no intentamos reconocerlos mediante el examen de su personalidad, sino mediante alguna forma de reconocimiento facial o corporal. Bajo este criterio, la reencarnación es imposible, pues la persona que nace obviamente no tiene el mismo cuerpo que la persona de la cual, supuestamente, es una reencarnación.
Pero, otros filósofos han ofrecido una segunda alternativa: no es el cuerpo, sino la continuidad psicológica (es decir, la mente), el criterio por el cual una persona puede considerarse la ‘misma’. Supongamos, por ejemplo, que un agricultor analfabeta en pleno siglo XXI en Afganistán alega ser la reencarnación de Poncio Pilatos. Para respaldar su alegato, esta persona ofrece datos biográficos precisos sobre su supuesta vida pasada como el infame procurador romano. Estos datos no serían evidencia contundente, pues cualquiera puede consultar los evangelios o los escritos de historiadores para conocerlos
Pero, supongamos ahora que la supuesta reencarnación de Pilatos habla latín clásico fluido, y se corrobora que la persona en cuestión nunca había estado en contacto con la lengua latina. Y, supongamos más aún que la supuesta reencarnación de Pilatos ofrece las coordenadas precisas en Jerusalén para excavar un documento escrito por el procurador romano, en el cual narra su versión de la muerte de Jesús, junto a unos artefactos típicos de la época. Supongamos que los arqueólogos efectivamente descubren estos artefactos y corroboran su autenticidad correspondiente al período.
Un escenario como ése nos obligaría a pensar que algo extraño ocurre: ¿cómo un agricultor analfabeta sin haber tenido ningún contacto con extranjeros pudo haber hablado latín y conocido tan bien la vida de Pilatos, al punto de conocer detalles que los historiadores y arqueólogos no conocían, pero que corroboraron? Quizás, si alguna vez encontráremos un caso como ése, tendríamos que considerar la hipótesis de la reencarnación, y admitiríamos que la persona sería la misma, si y sólo si, conserva la continuidad psicológica, como en el hipotético caso de Pilatos y el agricultor afgano.
Y, si encontramos un caso en el que una persona exhibe continuidad psicológica con algún personaje del pasado, entonces podríamos estar justificados en pensar que se trata de la misma persona reencarnada.
Pero, pronto surge un problema. Regresemos al ejemplo del agricultor en Afganistán que alega recordar haber sido Poncio Pilatos. Supongamos que, simultáneamente, un pastor en Mozambique también alega haber sido Poncio Pilatos. Y, lo mismo que su contraparte en Afganistán, es capaz de hablar en latín, y nos ofrece las coordenadas de algún artefacto con una inscripción que dejó, ya no en Jerusalén, sino en Roma, y los arqueólogos corroboran su alegato. En este caso, ya no habría una, sino dos personas que simultáneamente alegan ser la reencarnación de Poncio Pilatos, y parecen ofrecer buena evidencia de ello. Pero, ambas personas no pueden ser la reencarnación de Poncio Pilatos, pues si así fuese, entonces en virtud de la propiedad transitiva de la identidad (si A es idéntico a B, y B es idéntico a C, entonces A debe ser idéntico a C), el agricultor afgano sería la misma persona que el pastor mozambiqueño, pero es evidente que no son la misma persona.
Esto debería conducirnos a pensar que, no importa cuán precisos sean los datos que una persona ofrezca respecto a su supuesta vida pasada, jamás guardará una relación de identidad personal respecto a la persona cuya vida alega recordar, pues la continuidad psicológica no es un criterio firme para la identidad personal, en tanto permite la posibilidad de que más de una persona alegue ser la misma. Y, en función de eso, ningún dato podrá interpretarse como respaldo de la hipótesis de la reencarnación; en otras palabras, la reencarnación parece imposible. Lo máximo que un caso como el del agricultor afgano puede sugerir es que existe una continuidad psicológica entre la persona ya fallecida, y la persona que alega recordar su vida; pero no una relación de identidad personal; en otras palabras, no sería la misma persona, y por ende, no estaríamos en presencia de una verdadera reencarnación.
Me gusto su publicación, y me hizo reflexionar lo siguiente:
ResponderEliminarEl individuo frente a la reencarnación
La vida del individuo es irrepetible. Cada ser nace en un tiempo, un lugar y unas circunstancias únicas; su existencia se define por la conciencia del presente, no por supuestas acciones de vidas anteriores. Desde esta perspectiva, el individuo no puede reducirse a un eslabón en un ciclo de reencarnaciones ni a un mero portador de karma pasado: su identidad y su valor emergen de lo que hace, piensa y siente en esta vida concreta.
El sufrimiento, que los budistas señalan como inherente a la existencia, no es un castigo impuesto por una justicia cósmica ni la consecuencia inevitable de errores cometidos en otra vida. Es una experiencia real y tangible, que solo adquiere sentido cuando se comprende y se afronta en el presente. La posibilidad de superarlo tampoco depende de rituales externos ni de privilegios heredados, sino de la conciencia y la elección consciente del individuo.
Incluso ejemplos paradigmáticos como Siddhartha Gautama muestran que la iluminación no se debe a un “karma favorable” de vidas pasadas, sino al tiempo, la reflexión y la atención que pudo dedicar a su existencia presente. La reencarnación, al intentar explicar la desigualdad y el destino, corre el riesgo de despojar al ser humano de su agencia y su singularidad.
Defender al individuo es, por tanto, reivindicar la irrepetibilidad de la vida, la responsabilidad consciente en el presente y la libertad de definir nuestra existencia sin depender de supuestas justificaciones cósmicas. La existencia misma, la simple certeza de que estamos aquí, es el regalo y el punto de partida de toda reflexión ética y filosófica.