martes, 4 de enero de 2011

27. ¿Vivíamos mejor antes de la civilización?



Hoy viajamos en avión, nos comunicamos por internet, ingerimos comida modificada genéticamente, tenemos aire acondicionado, transitamos por grandes ciudades; en fin, vivimos en civilización. Tan acostumbrados estamos a ese estilo de vida, que cuesta imaginar a seres humanos que vivan en otras condiciones. Pero, nuestra vida en civilización es de muy reciente data. La especie humana apareció hace unos ciento cincuenta mil años. La agricultura y la domesticación de los animales aparecieron hace apenas unos diez mil años. Las primeras ciudades aparecieron hace apenas unos cinco mil años; y las grandes industrias que hacen posible mucha de las tecnologías que empleamos a diario aparecieron hace apenas unos doscientos cincuenta años.

Así, durante ciento cuarenta mil años, los seres humanos habían vivido como cazadores y recolectores nómadas. Se organizaban en bandas de no más de cincuenta personas. Rara vez se asentaban en un solo lugar, pues su alimentación dependía de la caza de animales y de la recolección de frutas silvestres y raíces no cultivadas. En climas cálidos, probablemente no tenían vestimenta (excepto, quizás, alguna forma de taparrabos), y tampoco tenían muchas pertinencias, salvo algún instrumento muy sencillo para la caza.

Estamos acostumbrados a la idea de que las grandes invenciones de la humanidad (desde la agricultura hasta el internet) han significado importantes avances hacia la consecución del bienestar. Bajo esta perspectiva, la vida antes de la civilización era corta, bruta y desagradable. Gracias a la invención humana y a la empresa civilizatoria, hoy los seres humanos somos mucho más felices que nuestros ancestros cavernícolas.

Pero, hay espacio para colocar esto en duda. Los cazadores y recolectores no tienen las mortificaciones que nosotros tenemos. Ciertamente su nivel de producción económica es pobrísimo, pero al mismo tiempo, sus demandas son pocas. Con la caza y la recolección, seguramente nuestros ancestros prehistóricos lograron mantener buenos niveles de alimentación. Cuando los recursos naturales para cubrir la alimentación escaseaban, esto generaba presiones demográficas que probablemente nuestros ancestros resolvían con el infanticidio. Más allá de sus necesidades alimenticias, el hombre prehistórico no se planteaba más exigencias. Gracias a las pocas exigencias que el hombre prehistórico se imponía, se libraba así de la carga de trabajo. Con esto, nuestros ancestros tenían a su disposición una gran cantidad de tiempo ocioso, lo cual brindaba más oportunidades para disfrutar la vida. El hombre prehistórico producía poco, pero a la vez exigía poco. El balance entre producción y consumo resultaba positivo, y en ese sentido, nuestros ancestros prehistóricos lograron niveles de prosperidad que no se han alcanzado en otras épocas de la historia humana.

Si esto es verdadero, la civilización ha traído muchos males. La agricultura fue la gran invención que acabó con aquel estilo de vida. Y, si bien debemos admitir que la agricultura permitió un aumento de la productividad económica, no es del todo claro que significó una mejora en el estilo de vida de los seres humanos. Gracias a la agricultura, el hombre se volvió sedentario. Esto permitió el auge de ciudades que, a la larga, sirvieron de cimento a la civilización. Pero, en las ciudades, el hombre perdió su libertad. Debido a la interacción con un alto número de personas, se impuso una policía para vigilar su conducta.

La agricultura, además, implicó enormes esfuerzos laborales. Los cazadores y recolectores gozaban de tiempo ocioso; con la agricultura, los hombres tenían que vivir entregados a su trabajo. La agricultura también propició un excedente de producción que permitió que una clase ociosa disfrutara de las riquezas que otros producían. Empezaron así las relaciones de explotación y la desigualdad profunda entre los seres humanos. Además, la agricultura empezó a exigir trabajo especializado, y se empezaron a imponer distinciones entre distintas actividades laborales, las cuales profundizaron aún más las desigualdades sociales. La domesticación de los animales propició una actitud de dominio frente a la naturaleza. Esto condujo al hombre a depredar inclementemente los recursos naturales, y a destruir masivamente los hábitats con los cuales el hombre nómada sabía convivir. Con la agricultura y la domesticación de los animales, el consumo se hizo cada vez mayor, y esto condujo a competencia con grupos rivales por la adquisición de recursos. Surgieron así las grandes guerras.

Probablemente esta descripción sea demasiado mezquina con los méritos de la civilización. Hoy sabemos que la esperanza de vida en el hombre prehistórico era bajísima (no más de veinticinco años); hoy merodea los sesenta y cinco años. El hombre prehistórico seguramente vivía a merced del miedo generado por los fenómenos naturales, y era demasiado vulnerable a las fuerzas adversas de la naturaleza. Ciertamente quedan muchas enfermedades por erradicar, pero comparativamente, la salud del hombre industrializado está en mejores condiciones que la del hombre paleolítico.

Seguramente los beneficios de la civilización sobrepasan a sus desventajas, y en este sentido, la civilización sí ha constituido un avance hacia la consecución del bienestar de la humanidad. Pero, debemos mantener presente que los logros civilizatorios han venido a un precio, aunque probablemente convenga pagarlo.

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