jueves, 13 de enero de 2011

33. ¿Debo obedecer una ley injusta?


Cuenta una antigua crónica que un filósofo fue acusado de corromper a los jóvenes de la ciudad, y fue condenado a morir. Este filósofo era sumamente virtuoso, y su condena fue profundamente injusta. Afortunadamente, el filósofo tenía amigos adinerados, y éstos lograron sobornar a los guardias de la cárcel, para permitirle escapar. Todo estaba preparado para la fuga. No obstante, el filósofo rehusó escapar, y en vez, optó por recibir su condena valientemente.

Con todo, los amigos del filósofo trataron de persuadirlo de que se fugara. En primer lugar, era una oportunidad dorada para hacerlo. Y, si el filósofo no aprovechaba esa oportunidad, entonces ante la opinión de los demás, sus amigos quedarían muy desprestigiados. Pues, se sabría que los amigos tuvieron la oportunidad de financiar el soborno para salvar a su amigo, y con todo, no lo hicieron. Pero, el filósofo razonaba que no debe importarnos la opinión pública. Al final de cuentas, el vulgo muchas veces es ignorante, al punto de aprobar lo malo, y desaprobar lo bueno. Debe importarnos el deber moral, independientemente de lo que los demás opinen al respecto.

Los amigos también señalaban que, así como el filósofo recibió una condena injusta, no habría ningún daño en intentar escapar. Pero, el filósofo razonaba que, aun si quienes lo condenaron hicieron mal, ello no avala que una injusticia pueda responderse con otra injusticia. A juicio del filósofo, tenemos el deber de siempre hacer el bien, independientemente de que hayamos recibido un trato injusto.

Los amigos se empezaban a impacientar, y le señalaban al filósofo que, si no escapaba, su familia quedaría desamparada. Pero, el filósofo razonaba que, al escapar, probablemente su familia recibiría un peor trato. Pues, serían tratados como los familiares del traidor cobarde que huyó de la condena impuesta por el gobierno de la ciudad.

Pero, por encima de todo, el filósofo razonaba que el Estado había avalado el matrimonio de sus padres, y le había ofrecido educación y protección a lo largo de su vida. Además, el filósofo había aceptado tácitamente la legitimidad del Estado y sus leyes. Durante su vida, el filósofo tuvo la opción de marcharse a otro país, pero con todo, no lo hizo. Al quedarse en su país, el filósofo aceptaba ser regido por las leyes. Y, aun si éstas resultaban ser injustas, tenía la obligación moral de obedecerlas, pues él había aceptado vivir bajo ellas. No era sensato, estimaba, aceptar las leyes cuando le favorecían, y desobedecerlas cuando no le favorecían.

Bajo este razonamiento, sí debemos obedecer las leyes injustas. La clave del argumento está en que, al aceptar vivir en un Estado, tácitamente se están aceptando sus leyes, sin importar si éstas eventualmente resultan injustas. El convivir diariamente con la existencia de estas leyes presupone su aceptación.

La actitud de ese filósofo fue ciertamente admirable. De hecho, su manera de protestar frente a la injusticia de las leyes que se aplicaron en su contra, fue precisamente el aceptar su condena. Seguramente, si hubiera escapado, nos hubiésemos olvidado de este asunto. Pero, el hecho de que valientemente rehusó escapar sirvió el propósito de cuestionar las leyes que se aplicaron, y presumiblemente permitió que posteriormente esas leyes injustas fueran abolidas.

No obstante, si bien ese filósofo puede contar con nuestra admiración, no pareciera que estamos moralmente obligados a seguir su ejemplo. Resulta demasiado débil el argumento según el cual, puesto que no emigramos a otro país, tácitamente aceptamos las condiciones y leyes que ahí imperan. Quizás en la época de ese filósofo sí había posibilidad de abandonar un país y emigrar a otro a voluntad propia. Pero, hoy sabemos que la gran mayoría de las personas no cuentan con esa posibilidad. Millones de habitantes en el Tercer Mundo están en desacuerdo con las leyes de sus países, y preferirían ser regidos por las leyes de los países del Primer Mundo. Pero, desafortunadamente, los países del Primer Mundo no aceptan la inmigración de la mayoría de los habitantes del Tercer Mundo. Y, además, la decisión de emigrar a otro país con otras leyes, está severamente restringida por muchas condiciones que impiden los movimientos migratorios.

También es muy cuestionable que nunca debamos cometer una injusticia, independientemente de si hemos sido tratados injustamente. Bajo ese razonamiento, un país invadido nunca debería tratar de perjudicar al ejército invasor. Pero, esto resulta muy cuestionable. En circunstancias normales, no hay una justificación para perjudicar a otra persona. Pero, si esa persona es la responsable de una tremenda injusticia (como, por ejemplo, que un militar emita la orden de ejecución a un grupo de personas inocentes en un país invadido), entonces sí habría espacio para considerar que existe una justificación suficiente para intentar perjudicar al militar.

A lo largo de la historia ha habido un sinfín de leyes injustas. En Alemania, hubo leyes que decretaban la confiscación de la propiedad a los judíos, así como su persecución. En Sudáfrica, hubo leyes que decretaban la severa segregación racial. En Alemania, no hubo posibilidad de desobedecer esas leyes (tuvieron que ser abolidas gracias a la invasión extranjera), pero en Sudáfrica, fue precisamente el desacato lo que eventualmente permitió abolirlas. Es bastante plausible pensar que si esas leyes no hubiesen sido desobedecidas, hoy seguirían vigentes. El filósofo opinaba que la obediencia de las leyes injustas eventualmente podría conducir a su abolición, pero más bien parece lo contrario: la desobediencia de la ley injusta eventualmente presionará al tirano a abolirla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario