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Cualquier persona que haya visitado alguna vez un palacio de la Inquisición seguramente ha sentido una repugnancia inmediata. Los instrumentos empleados para la tortura durante la época de la Inquisición son un triste recordatorio de que el ingenio humano no siempre es empleado a favor de las buenas causas.
La tortura parece claramente objetable. Algunas personas han torturado a otras por el simple afán de verlas sufrir. Desde cualquier punto de vista con un mínimo de racionalidad, esto es moralmente objetable. Es asunto muy discutido entre filósofos qué es exactamente lo bueno, pero las personas mentalmente sanas al menos conocemos que parte de lo bueno es evitar el sufrimiento absurdo de las personas. Infligir dolor sin ningún motivo merece todo nuestro reproche.
Si bien han existido sádicos, rara vez las torturas se emplean por el simple deleite de ver sufrir a los demás. Antes bien, la tortura persigue un objetivo. A veces, se emplea para aterrorizar a algún enemigo, pero la mayoría de las veces, se emplea para extraer información. Pero, resulta bastante claro que esto también es moralmente objetable. Existe el consenso de que todas las personas poseen un mínimo de derechos, entre los cuales está el no ser torturado. Y, además, si estamos dispuestos a admitir que las personas deben ser tratados como un fin en sí mismo, y nunca como un medio para alcanzar un fin, entonces la tortura también es objetable. Pues, mediante la tortura, el torturado es concebido como apenas un medio para alcanzar un fin, a saber, la extracción de la información.
Incluso, es sabido que, aun si se concibe al torturado como un medio, y no como un fin, la tortura está lejos de ser una estrategia en la cual podamos confiar. Por regla general, la tortura no logra extraer información fidedigna. Para evitar el dolor, el torturado ofrecerá información que probablemente resultará ser falsa. Incluso, las personas inocentes, al ser torturadas, frecuentemente elaboran falsas confesiones de los crímenes de los cuales se les acusa. Ésa es una de las razones por las cuales, al menos en los países democráticos, las confesiones bajo condiciones de tortura nunca son aceptadas en los procedimientos penales.
Además, la tortura tiene otros efectos contraproducentes. Hay un riesgo muy alto de que la tortura desprestigie y debilite al Estado que decida emplearla. Por ello, los hipotéticos beneficios que puedan derivarse de la tortura en la búsqueda de la información no sobrepasan las desventajas que frecuentemente generan en conflictos propagandísticos.
Pero, queda algún espacio para argumentar que la tortura no siempre es objetable. Supongamos que el Estado captura a un terrorista, y este terrorista alega saber la ubicación de una bomba que estallará en las próximas horas y matará a cientos de personas, pero se rehúsa a indicar dónde está ubicada la bomba. ¿Debería torturarse al terrorista para que indique la ubicación?
En principio, podemos argumentar que ninguna circunstancia puede permitirnos violar los derechos elementales de este ser humano, aun si se trata de un terrorista. Pero, pronto apreciamos que esto resulta demasiado ingenuo. Pues, si rehusamos torturar al terrorista, estaríamos permitiendo la muerte de cientos de personas. Si asumimos un entendimiento utilitarista de la moral, sería necesario cuál opción generará mayor cantidad de felicidad: el no torturar evitará el dolor de un terrorista, y causará la muerte de cientos de personas inocentes; el torturar causará un terrible dolor a un terrorista, y evitará la muerte de cientos de personas inocentes. Parece bastante obvio que la tortura traerá una mayor cantidad de felicidad.
Este ejemplo tambalea un poco nuestra convicción moral frente a la tortura. Seguramente, después de considerar el ejemplo, algunas personas ya no consideren tan objetable la tortura en algunas circunstancias. Pero, podemos intentar ir más lejos. Supongamos, ahora, que el terrorista torturado resiste y no ofrece ninguna información sobre el paradero de la bomba. Los torturadores saben que el terrorista ha desarrollado una gran fortaleza mental en su entrenamiento, pero también saben que es un padre amoroso, y que seguramente indicará dónde está la bomba si ve a su hijo inocente ser torturado. ¿Debería, entonces, torturarse al hijo?
De nuevo, si asumimos a la manera utilitarista que debemos buscar la felicidad del mayor número posible de personas, entonces sí deberíamos torturar al hijo, aun si éste es inocente. Pero, esto parece ya un trago demasiado grueso. Pareciera, después de todo, que el bienestar del mayor número posible de personas no siempre es la mejor guía para dictar qué es lo moralmente aceptable.
También es plausible argumentar que ejemplos como éstos son muy improbables. Por ello, la tortura nunca debería permitirse, pues aquellos casos en los que quizás sí sea conveniente emplearla, son muy improbables. Además, siempre existe el riesgo del error (quizás, después de todo, el terrorista era un enfermo mental que inventó la historia sobre la bomba), en cuyo caso, la tortura habría sido innecesaria. Por ello, convendría erradicar la tortura totalmente, para no arriesgar torturar a personas inocentes. Pero, de nuevo, si efectivamente se presentare un caso como el del terrorista que alega conocer la ubicación de una bomba, entonces el detective a cargo seguramente lo pensará varias veces antes de decidir emplear o no la tortura. Sin duda, será una decisión muy difícil.
Hola, bien presentado el caso, me parece. Y es bien difícil exponerlo. Creo que puede haber soluciones intermedias (y de hecho, ya han sido más o menos implementadas).
ResponderEliminar¿Cuáles son estas soluciones?
Por ejemplo,la aplicación a los torturandos de fármacos o químicos que ayudan a inducir estados de alucinación o depresivos, o de semi-inconsciencia. Bajo esa influencia, pueden ser interrogados hasta de manera calmada, sin tortura ni maltrato, y dirán poco a poco las cosas que queremos saber. Ciertamente, no existe tal cosa como el "suero de la verdad" de las películas: el pentotal sódico no es tan mágico ni maravilloso. Pero otras drogas y sustancias sí ayudan a bajar las defensas de la persona.
Ahora bien, para salvar las espaldas de la joda de los defensores de derechos humanos de canallas, que siempre están echando vainas con que hay que tratar lindo a los criminales malnacidos, podría implementarse esta prescripción: que solo se apliquen tales fármacos o sustancias cuando se tenga certeza de que la persona tiene algo que decir, o sea, que sabe un secreto, como en tu ejemplo: de que hay una bomba que puede matar al presidente.
Item: que las sustancias aplicadas no dejen secuelas ni físicas ni mentales. Eso es importante, porque algunas personas que en el pasado les han aplicado sustancias durante un tiempo más o menos largo (meses) y de manera más o menos intensiva, al final quedan siquitrillas por años. Eso tampoco está bien, así el torturando sea un hijo de perra.
Lo ideal entonces sería algo que nos permitiera invadir la mente de esa persona, sacar lo que nos interesa, y salir de allí. Listo. Y sin tortura.
Gracias por su comentario; es muy interesante. Así como "el borracho no dice mentiras", supongo que el drogadicto tampoco. Pero, no estoy del todo seguro de que esas sustancias funcionen a plenitud para nuestro propósito. Como Ud. bien dice, muchas de esas sustancias son alucinógenas. Pues bien, quizás el interrogado alucine y él mismo crea la historia que cuenta, aun si ésta es falsa. En todo caso, creo que la alternativa que Ud. propone es muy interesante.
ResponderEliminarHola, queda claro que tu respuesta es afirmativa, sí consideras la tortura siempre objetable, y aunque sé que las preguntas que haré puedan parecer secundarias, incluso insignificantes para quienes hallan llegado al "corazón" o al "eje conceptual" de la tortura, son absolutamente necesarias para mí:
ResponderEliminar¿Es la tortura moralmente objetable por el hecho de producir dolor? ¿si producimos dolor por el dolor en sí es objetable, pero sino lo hacemos para extraer información no lo es tanto? ¿es el dolor malo en sí?