lunes, 20 de diciembre de 2010

12. ¿Qué es la verdad?



Ésa es la infame pregunta de Poncio Pilatos. Pero, el hecho de que supuestamente proceda de un procurador romano sanguinario no descalifica inmediatamente a la pregunta. Pues, diariamente asumimos que existe una diferencia entre lo falso y lo verdadero, pero con todo, no nos detenemos a considerar con precisión qué es lo verdadero.
Una definición trivial de verdad sería “aquello que no puede negarse”. Pero, esta definición no nos lleva demasiado lejos, pues inmediatamente preguntaríamos: “¿cuándo algo es imposible de negarse?”. Si respondemos que algo es imposible de negarse cuando es verdad, estaríamos yendo en círculos. Por eso, necesitamos una respuesta más sustanciosa.
Quizás la ‘verdad’ sea la propiedad de aquel juicio o creencia que tenga correspondencia con la realidad. Es decir, lo verdadero es aquello que se corresponde con lo real. Si en una descripción, se sostiene una correspondencia con el mundo, entonces esa descripción sería verdadera. Si enuncio “la Tierra es plana”, estaré haciendo una descripción falsa, pues algunas observaciones del mundo me permiten saber que la Tierra no es plana. Si enuncio “el cielo es azul”, estaré haciendo una descripción verdadera, pues una elemental observación del mundo me permite saber que, en efecto, el cielo es azul.
Si, en efecto, un juicio es verdadero si tiene correspondencia con el mundo, entonces la distinción entre lo verdadero y lo falso no es meramente subjetiva (es decir, no está en cada quien), sino objetiva. Puesto que, al final, la correspondencia entre lo enunciado y el mundo será el criterio definitorio de un juicio verdadero, las condiciones de lo verdadero en última instancia reposan en el exterior. En otras palabras, puesto que lo verdadero está pautado por su correspondencia con el mundo exterior, no depende de nosotros si una proposición es verdadera o no.
Ésta parece la forma más sensata de definir la verdad. Pero, tampoco parece llevarnos demasiado lejos. Pues, ¿cómo podemos saber cuándo un enunciado, en efecto, está en correspondencia con el mundo? Muchas culturas tienen desacuerdo sobre cómo opera el mundo; ¿cómo saber cuál es el estado real del mundo, a partir del cual podremos calificar a un juicio como verdadero o falso? Frente a esta dificultad, puede ser necesario buscar otros criterios de verdad.
Quizás la distinción entre lo verdadero y lo falso no proceda propiamente de la correspondencia del juicio con el mundo, sino de la cantidad de personas que suscriban ese juicio. Es decir, un enunciado será verdadero si existe un consenso de que es verdadero. Puesto que, en muchas ocasiones, no hay manera precisa de saber por vía autónoma si un juicio es verdadero o falso, pareciera que el último recurso que nos queda es recurrir al consenso. Si la mayoría cree algo, entonces eso debe ser verdadero.
Pero, este criterio de verdad es muy débil. El número de personas que tomen alguna creencia como verdadera no garantiza que, en efecto, esa creencia sea verdadera. En la Edad Media, la mayoría de las personas creía que la Tierra giraba alrededor del sol, pero hoy sabemos que eso es falso. Un ejemplo como ése nos hace reconsiderar .la apelación al consenso. Quizás el consenso no sea el criterio definitivo para distinguir entre lo verdadero y lo falso, pero sí es al menos un indicio tentativo. Si, por ejemplo, yo creo que el cielo es azul pero un amigo cree que el cielo es verde, ¿cómo puedo estar seguro de que mi creencia es verdadera y la de mi amigo es falsa? Mi duda se disipará al consultar a otro amigo, o mejor aún, a muchas otras personas. Al hacer esto, estoy invocando al consenso como criterio de verdad.
Las debilidades de la apelación al consenso podrían invitarnos a considerar otro criterio para definir la verdad. Quizás lo verdadero sea aquello que, al enunciarse, guarde una coherencia con otros enunciados que lo acompañen. Bajo este criterio, la creencia de que un brujo puede curar enfermedades puede ser verdadera, si la persona que cree eso también tiene otras creencias que son coherentes entre sí. Si además de creer que el brujo puede curar el cáncer, esa persona cree que el cáncer es originado por espíritus malignos, y que al brujo se le ha conferido el poder curativo de los dioses, entonces en tanto esas creencias conservan coherencia entre sí, pueden considerarse verdaderas.
Esto no resulta muy convincente, pues parece evidente que una creencia falsa puede ser coherente con otra creencia falsa. En efecto, la creencia de que el brujo puede curar el cáncer es coherente con la creencia de que el cáncer es ocasionado por los espíritus, pero con todo, podemos seguir sosteniendo que ambas creencias son falsas.
Por último, podemos considerar aún otro criterio. Quizás la distinción entre lo verdadero y lo falso está en el provecho de los enunciados. Bajo este criterio, si una creencia sirve para algo, entonces es verdadera. Si, por ejemplo, el creer que Dios existe ha motivado a la Madre Teresa Calcuta a emprender sus nobles acciones, entonces podemos asumir que Dios existe. Pues, la creencia en Dios ha tenido un valor pragmático, y como tal, podemos asumirla como verdadera. No obstante, no debemos confiar demasiado en ese criterio, pues el mundo no es necesariamente como nosotros deseamos que sea. Ciertamente podemos reconocer que algunas creencias pueden resultar tener un gran provecho pragmático, pero ese provecho no las hace verdaderas.

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