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Vivimos en un mundo cruel. Por doquier encontramos hambrunas, enfermedades, guerras y desolación. Pero, frente a escenarios tan deprimentes, muchas veces los seres humanos logramos escapar y refugiarnos en nuestra imaginación. Así, creamos mundos alternos con condiciones de vida muy distintas a las que nos enfrentamos diariamente. Probablemente los orígenes del teatro se remonten a estas tendencias: en la dramatización, se crea un mundo aparte.
Algunas personas estás más imbuidas que otras en estos mundos ficticios, pero el hecho es que casi todas las personas participan alguna vez en algún simulacro. Los infantes tienen todo tipo de juegos, pero los más comunes son los juegos de simulación. Los niños pretenden ser adultos que desempeñan funciones. A veces juegan a los ladrones y policías, otras veces pretenden ser médicos, deportistas, etc.
Antaño, estas tendencias lúdicas se disipaban en la adolescencia. Pero, gracias a la tecnología de la cual hoy disfrutamos, muchos adultos conservan la posibilidad de participar en simulacros y vivir experiencias en mundos virtuales. Abundan videojuegos en los que el participante puede acercarse a vivir la experiencia de ser el presidente de una nación poderosa, un futbolista aclamado, o para gustos más picantes, el amante de una mujer voluptuosa.
Si bien el simulacro siempre ha estado presente en las actividades humanas, pareciera que hoy como nunca antes, uno de las grandes fuentes de entretenimiento en la sociedad industrial es la participación en la vida virtual. Si bien los niños juegan al ladrón y al policía, la mayoría sabe distinguir entre la simulación y la realidad. Lo mismo puede decirse de los adultos: algunas personas pueden pasarse ocho horas al día participando en un simulacro computarizado, pero la mayoría sabe distinguir bien entre lo virtual y lo real.
No obstante, a veces hemos estado en duda. ¿Podría ser posible que alguna guerra reciente (como, por ejemplo, la del Golfo Pérsico) en realidad haya sido un montaje televisivo? ¿Cómo podemos estar seguros de que el hombre realmente llegó a la luna, y no se trató de un mero simulacro?
Probablemente sí hubo una guerra real en el Golfo Pérsico, y más aún, es casi seguro que el hombre sí llegó a la luna. Pero, esto debería conducirnos a una pregunta de mayor amplitud: ¿es posible que, en este momento, vivamos en un simulacro? Quizás, nuestros cuerpos están almacenados en una bóveda, y estamos siendo sometidos a vivir un gran simulacro. Si esto fuera así, nuestras experiencias no serían reales. Nuestros amigos y familiares no existirían; no haríamos realmente ninguna actividad que nosotros creemos hacer. Todo sería un gran espacio virtual sin que nosotros nos enteremos de ello. Nosotros creeríamos vivir nuestras vidas, cuando en realidad, estamos en una bóveda.
Sin duda, todo esto es posible, pero solemos asumir que es poco probable. No obstante, quizás haya motivos para pensar que no sólo es meramente posible, sino también probable. Podemos asumir que la humanidad tiene altas probabilidades de llegar a una etapa tecnológica en la cual será posible instrumentar realidades simuladas, al punto de eliminar la distinción entre realidad y virtualidad. También podemos asumir que los seres humanos tendrían interés en llevar a cabo simulacros como el que estamos considerando. Pues bien, si eso es así, entonces la implicación pareciera ser que es muy probable que ya estamos insertos en ese simulacro. Pues, así como muchas personas participan en juegos que simulan vivir en antiguas civilizaciones, las civilizaciones tecnológicamente avanzadas del futuro podrían simular vivir como sus ancestros del siglo XXI.
Así, pareciera que debemos aceptar como verdadera al menos una de las siguientes tres premisas: 1) los seres humanos no tienen la capacidad tecnológica para llegar a una era de simulacro total; 2) los seres humanos no tienen interés en emprender simulacros; 3) vivimos actualmente en un simulacro. A simple vista, pareciera que las dos primeras premisas no son verdaderas (es decir, sí tenemos el potencial de desarrollar simulacros totales, y sí tenemos el interés de participar en ellos). Puesto que las primeras dos premisas no son verdaderas, entonces tendríamos que aceptar la tercera; a saber, que vivimos en un simulacro.
Por supuesto, este argumento debe asumirse con cautela. Quizás la humanidad se extinga antes de alcanzar la capacidad de construir un simulacro total. Quizás, sencillamente, la humanidad pierda interés en los simulacros. Pero, de nuevo, si la humanidad sí alcanza el potencial tecnológico, y mantiene el interés en el simulacro total, entonces podemos considerar probable (y no meramente posible) que actualmente vivimos en un mundo virtual. ¿Cuán probable? No hay manera de saberlo, pero vale insistir en que es un escenario que debemos considerar seriamente.
Supongamos que, en efecto, vivimos en un gran simulacro. ¿Qué sentido tiene continuar nuestra existencia, si nada de lo que vivimos es real? A decir verdad, en el caso de que vivamos en un simulacro, lo más conveniente sería seguir viviendo como hasta ahora lo hemos hecho. Puesto que ese simulacro sería tan poderoso que ni siquiera nosotros mismos sabríamos que estamos insertos en él, podemos vivir como si ese mundo virtual fuese real, a pesar de que no abandonamos la contemplación de la probabilidad de que, en efecto, vivimos en un simulacro.
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