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Si tuviésemos que describir a Stalin, lo haríamos de la siguiente manera: era de estatura promedio, tenía piel blanca y cabello marrón, y llevaba un bigote grueso. Esa descripción puede servir para algunos propósitos, pero presumiblemente, quien solicita la descripción de Stalin querrá saber algo sobre su carácter. Pues bien: tenía tendencias maníaco-depresivas, era autoritario, fue artífice del totalitarismo soviético, etc.
Con esto, hemos hecho una doble descripción de Stalin. Por una parte, hemos ofrecido una descripción de sus características físicas. Pero, además de ello, hemos hecho una descripción de sus características mentales. No es cosa fácil definir a la mente, pero esta doble descripción nos conduce a al menos admitir que la mente es una sustancia inmaterial; en otras palabras, una cosa que acompaña pero que a la vez está separada del cuerpo.
La mente de Stalin está constituida por sus pensamientos comunistas, sus tendencias autoritarias y sus temores paranoicos. Por su parte, el cuerpo de Stalin está constituido por la piel blanca, el cabello oscuro y el bigote grueso. Las características físicas de Stalin son ubicables en el espacio y el tiempo, y pueden ser aprehendidas por los sentidos de la percepción. Podemos ver, tocar y oler el cuerpo de Stalin. No podemos hacer lo mismo con su mente. No podemos tocar, ver u oler el carácter autoritario de Stalin, ni tampoco sus temores paranoicos.
Así, pareciera que, no sólo en Stalin, sino en todas las personas, si bien cuerpo y mente interactúan constantemente, son dos sustancias separadas. Y, en función de eso, aparentemente al menos podemos aceptar que la mente no es una sustancia física. Incluso, en tanto la mente es distinta al cuerpo, quizás con la muerte del cuerpo, la mente puede seguir existiendo. Eso nos ofrecería alguna esperanza para una vida después de la muerte.
Pero, hay espacio también para argumentar lo contrario. La mente podría ser sencillamente aquello que surge cuando las neuronas del cerebro se organizan de una manera específica. Quizás la mente no sea exactamente idéntica a la mente, pero al menos depende del cerebro para poder existir. La digestión no es exactamente lo mismo que el estómago. Pero, en tanto la digestión es una función del estómago, no puede haber digestión sin estómago. Pues bien, quizás lo mismo aplique a la mente: a lo sumo, la mente sería una función del cerebro, pero no una sustancia aparte. Si esto es así, entonces no habría una distinción pertinente entre la mente y el cuerpo.
No obstante, podemos considerar algunos argumentos a favor de la idea de que la mente y el cuerpo son dos sustancias distintas. En primer lugar, podríamos imaginar que existimos sin cuerpo, pero que con todo, pensamos. El ejercicio de imaginación sería algo así: me levanto en la mañana, y me acerco al espejo, pero al contemplarlo, no veo mi imagen. Trato de tocar mi cara, y no la encuentro. Así, mi cuerpo no existiría, pero mi mente sí seguiría existiendo, pues en efecto, pienso muchas cosas a medida que tengo esta bizarra experiencia.
Ahora bien, si la mente y el cuerpo fueran la misma sustancia, no sería posible imaginarme una sin imaginarme el otro. Todo cuanto es imaginable es posible, y si es posible que la mente exista sin el cuerpo, entonces la mente no es idéntica al cuerpo. Si dos cosas son idénticas, al observar o imaginar una, inmediatamente imagino u observo la otra. Pero, el hecho de que puedo imaginar que mi mente existe y que a la vez mi cuerpo no existe, es suficiente como para concluir que la mente y el cuerpo son dos cosas distintas.
Este argumento es muy llamativo, pero no deja de presentar algunas dificultades. Quizás no necesariamente todo cuanto es imaginable es posible. O, en todo caso, quizás realmente no pueda imaginarme una mente sin cuerpo, a pesar de la apariencia de que sí puedo (¿cómo, por ejemplo, podría ver sin ojos?).
Podríamos insistir en que la mente es distinta al cuerpo si logramos encontrar alguna diferencia entre esas dos cosas. Sabemos que dos cosas son idénticas si todo cuanto predicamos de una, lo podemos predicar de la otra. En este sentido, si podemos predicar algo de la mente, que no podamos predicar del cuerpo (o viceversa), entonces la mente y el cuerpo no son lo mismo.
Por ejemplo, puedo someter a duda que mi cuerpo existe. Quizás, un genio maligno me hace creer que tengo un cuerpo, cuando en realidad no lo tengo. De hecho, puedo dudar de todo, menos de que tengo una mente (es decir, de que estoy pensando). Pues, en tanto dudo, pienso. Así, si puedo dudar de que mi cuerpo existe, pero no puedo dudar de que mi mente existe, entonces la mente y el cuerpo no son la misma cosa.
Este argumento también es muy ingenioso. Pero, lo mismo que el anterior, presenta alguna dificultad. No es del todo claro que el encontrar una aparente diferencia entre dos cosas inmediatamente las haga distintas. Consideremos este ejemplo: un hombre enmascarado roba un banco. Un testigo afirma que vio al hombre enmascarado robar el banco. La policía tiene sospechas de que el padre del testigo robó el banco; pero el testigo insiste en que él no vio a su padre robar el banco. Sería absurdo concluir que el padre del testigo no es el mismo que el hombre enmascarado, en tanto el testigo no vio al primero pero sí vio al segundo robar el banco. Quizás el padre del testigo era el hombre enmascarado sin que su propio hijo lo supiese. Pues bien, lo mismo debe extenderse a la identidad entre la mente y el cerebro: el hecho de que se predique algo sobre la mente, que no puede ser predicado sobre el cuerpo no establece inmediatamente una distinción entre ellas. Eso no implica que la mente no sea distinta al cuerpo, pero para abrazar la postura de que mente y cuerpo son dos sustancias apartes, será necesario buscar otras razones.
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