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¿Es esta imagen un conejo o un pato? Parece que cualquier respuesta será relativa. En muchas ocasiones, las discusiones no son agradables. Éstas pueden tornarse violentas, y en última instancia, el desacuerdo siempre genera más descontento que contento. En función de ello, siempre existe la tentación de ablandar un poco las discusiones invocando la idea de que nadie tiene la verdad en sus manos, y todo es relativo. En efecto, dos personas pueden discutir un tema y mostrar desacuerdo, pero al final, todo termina dependiendo según como se vea el asunto. A fin de cuentas, como escribió algún poeta, “en este mundo traidor, nada es verdad, nada es mentira, todo es según el cristal con que se mira”.
En otras palabras, todo es relativo, nada es absoluto. A esta doctrina se le suele llamar ‘relativismo’. Así, por ejemplo, si alguien cree que la Tierra es plana, eso no es necesariamente falso. Pues, la veracidad o falsedad de la creencia de que la Tierra es plana es en sí misma relativa. Igualmente, si una tribu practica el canibalismo, eso tampoco es necesariamente objetable, pues la moralidad de ese acto dependerá del contexto en el que se inscriba.
No obstante, haríamos bien en evitar esta forma de pensar. Pues, al postular que todo es relativo, incurrimos en una elemental contradicción. La contradicción es simple: si asumimos la consigna “todo es relativo”, entonces es relativo que todo sea relativo. Cuando se asume que no hay verdades absolutas, se está asumiendo que la proposición, “no hay verdades absolutas”, es absoluta en sí misma. Pero, si esa proposición es absoluta, entonces está contradiciendo al propio alegato según el cual no hay verdades absolutas.
Esto resulta parecido a lo que un joven revolucionario hacía cuando escribía sobre una pared “¡Prohibido prohibir!”. Si analizamos el grafiti en cuestión con algún detenimiento, resultará jocoso. Pues, el joven revolucionario está prohibiendo algo, pero al prohibir, está haciendo aquello que él mismo prohibió.
Algunos filósofos que postulan la idea de que todo es relativo, han defendido la postura según la cual “el hombre es la medida de todas las cosas”. El sentido exacto de esa frase no es totalmente claro, pero se esclarece con esta otra, que la complementa: “las cosas son para ti como existen para ti, y son para mí como existen para mí”. Así, estos filósofos parecen sugerir que, puesto que el hombre es la medida de todas las cosas, entonces no existe posibilidad de establecer un criterio objetivo y absoluto respecto el estado y la naturaleza de las cosas. Cada hombre tendría su verdad, en el sentido de que cada hombre es la medida de las cosas.
Pero, de nuevo, esto conduce a una contradicción. Pues, si las cosas que me parecen, así existen para mí, y las cosas que le parecen a alguien, así existen para él, entonces me parece que toda su doctrina es falsa. Y, es fácil ver que éste es el principal problema que debe enfrentar quien defienda la idea de que todo es relativo: si la verdad de las proposiciones es relativa a quien las enuncia, y por ende, ninguna proposición es absolutamente verdadera o falsa; entonces la misma proposición según la cual la verdad de las proposiciones no es absoluta, es en sí misma relativa. Y, en cuanto relativa, permite que su contraria, aquella proposición según la cual la verdad de las proposiciones sí es absoluta, sea verdadera.
En otras palabras, el relativismo se relativiza a sí mismo, y por ende, es una doctrina que, si es verdadera, entonces implica que es falsa. Si las cosas son verdaderas en la medida en que aparecen a cada quien, entonces si a alguien le parece que la doctrina relativista no es verdadera, puede asumir que esa doctrina es falsa. Pero, al asumir que el relativismo es falso, niega la premisa inicial según la cual las cosas son verdaderas en la medida en que aparen a cada quien.
Por ello, aunque resulte una postura atractiva en un inicio, conviene rechazarla firmemente. En todo caso, cuesta entender cómo una persona siquiera medianamente racional no pueda apreciar que es sencillamente falso que no hay verdades absolutas. Pensemos en una proposición tan elemental como: “2+2=4”; ¿acaso es relativo? ¿Bajo qué circunstancia podrá ser esa proposición falsa? En todos los mundos posibles, dos más dos siempre serán cuatro. No dependerá de cómo se vea.
Es hora de ir admitiendo que la idea de que no hay verdades absolutas es un dogma dañino. A simple vista, el relativismo aparece como una postura promotora de la paz: en tanto todo es relativo, cada quien tiene su verdad, y nadie está en necesidad de pelear por nada. Pero, visto con un poco más de suspicacia, el relativismo es en realidad una postura promotora de la idiotez. Si no hay verdades absolutas, no tiene sentido discutir sobre ningún tema. El diálogo presupone un intento de persuasión, pero precisamente, para persuadir es necesario partir de la convicción de que el punto de vista que intentamos defender es verdadero; y no sólo “verdadero para mí”, sino verdadero universalmente. Si no, estaremos intentando persuadir por el puro arte de persuadir, sin importar si realmente creemos en lo que enunciamos. En otras palabras, terminaremos siendo charlatanes.
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