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Abrid cualquier periódico. Seguramente encontraréis noticias terribles sobre algún sufrimiento humano en alguna región del mundo: crímenes, guerras, hambrunas, inundaciones, terremotos, etc. Esto debería invitarnos a cuestionar la existencia de Dios. Pues si Dios es, como se ha supuesto tradicionalmente, bueno y omnipotente, ¿por qué permite el mal? Si Dios quiere erradicar el mal, pero no puede, entonces ya no sería omnipotente. Si puede, pero no quiere, entonces ya no sería bueno. Y, si Dios no es bueno y omnipotente, entonces, ¿para qué llamarlo ‘Dios’?
Desde hace mucho tiempo, los filósofos que creen en Dios se han enfrentado a este problema, y han intentado buscar razones por las cuales Dios permitiría el sufrimiento. Algunos filósofos han sido de la opinión de que las personas sufren en el mundo como castigo por alguna falta cometida. Dios es bueno, y por ende, es justo. Pero, en tanto es justo, Dios debe castigar a los pecadores. Así, el sufrimiento sería un castigo merecido.
Poca gente ha quedado convencida con esto. En primer lugar, es bastante obvio que muchas personas inocentes sufren en el mundo (y, lo que es peor, muchas personas inmorales llevan vidas muy placenteras), de forma tal que si el sufrimiento fuera un castigo divino, se trataría de un castigo sumamente injusto. Pero, aun en el caso de que, en efecto, Dios castigase justamente a los pecadores, habría que preguntarse por qué Dios permitió que el pecador cometiese esos pecados.
La mayoría de las personas que tratan de responder a la pregunta “¿por qué Dios permite el mal?”, lo hacen en apelación al libre albedrío. A su juicio, Dios nos ha ofrecido la libertad para que nosotros tengamos nuestras propias decisiones. Pero, esa libertad viene a un precio. Pues, precisamente, al ser libre de elegir nuestras acciones, corremos el riesgo de equivocarnos. Así, Dios permite el mal porque si no lo hiciera, estaría interfiriendo sobre nuestras decisiones morales.
Esta respuesta no es plenamente convincente por varias razones. En primer lugar, Dios podría conservar nuestra libertad, pero a la vez anular las consecuencias derivadas de nuestras decisiones morales erróneas. En otras palabras, Dios podría conservar la libertad del violador para emprender su acción, pero al mismo tiempo podría asegurarse de que la mujer violada no sienta ningún dolor y no pause por ningún trauma.
Algunos filósofos estiman que, si Dios interviniese cada vez para anular las consecuencias de las decisiones morales equivocadas, éstas ya dejarían de ser significativas. Y, sin elecciones morales significativas, ya no seríamos libres en pleno sentido. El violador no tendría ante sí una verdadera decisión moral (violar o no), pues de antemano, ya sabe que sus acciones serían irrelevantes.
Quizás estos filósofos tengan razón, pero quedan aún otros problemas. Quizás Dios pudo habernos creado de manera tal que siempre elijamos libremente el bien, pero con todo, no lo hizo. Algunos filósofos piensan que esto es un disparate: si Dios nos crea libres, no hay nada que pueda garantizar que siempre hagamos el bien. Pero, otros filósofos opinan que no tiene nada de imposible imaginar una situación en la que existan seres libres que siempre elijan el bien. Y, si podemos imaginar una situación como ésa, ¿por qué Dios no nos creó de esa manera?
En todo caso, la invocación del libre albedrío no es suficiente para excusar a Dios de los males del mundo. Pues, hay plenitud de sufrimientos que no proceden de la acción humana. Éstos son los llamados ‘males naturales’, a saber, todos aquellos males que proceden de la naturaleza, y no propiamente de la mano del hombre: enfermedades, terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, etc.
Algunos filósofos han opinado que todos estos males en realidad persiguen un bien mayor. Así como un cirujano a veces debe amputar una pierna para salvar la vida del paciente y propiciar así un bien mayor, Dios debe permitir algunos males para propiciar bienes mayores. Pero, inmediatamente debemos objetar que el cirujano no es omnipotente, mientras que Dios sí lo es. Si Dios es omnipotente (puede hacerlo todo), puede perfectamente traer bienes mayores sin necesidad de permitir el mal.
Aún otros filósofos han opinado que Dios permite el sufrimiento porque, con ello, crecemos en oportunidades para fortalecer nuestro espíritu. Ante las catástrofes, salen a relucir nuestras virtudes. De nuevo, esto no es muy convincente, pues si Dios es verdaderamente omnipotente, Él podría fortalecer nuestro espíritu y sacar a relucir nuestras virtudes, sin necesidad de afligirnos. Y, además, cabe preguntar por qué Dios aflige más a unos que a otros.
Ante tantas dificultades, algunos filósofos tiran la toalla, y asumen que el sufrimiento es un misterio al cual no tenemos acceso: Dios debe tener sus razones para permitir el mal, y no podemos pretender comprenderlas. Pero, esto es francamente decepcionante, pues no es sensato invocar misterios ante problemas difíciles. Parece que lo más racional es aceptar que la existencia del sufrimiento en el mundo es evidencia de que un Dios bueno y omnipotente no existe.
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