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La inmortalidad es anhelada por la vasta mayoría de las personas, pero la creencia en ella tiene muchas variantes. Casi todos los pueblos del mundo han concebido la existencia de un doble hecho de materia etérea que acompaña a nuestro cuerpo en vida. Según las tradiciones populares, al morir, ese doble se separa de nuestro cuerpo, y se retira a otra morada (el cielo, el infierno, otro planeta, etc.), o se queda deambulando por los lugares en los cuales vivió la persona original. Este doble es, en otras palabras, un fantasma. El hombre primitivo creyó ver este doble en los reflejos de los ríos, en los sueños, o en el humo blanco que sale del aliento en los climas fríos (de ahí que los fantasmas son muchas veces imaginados como sustancias gaseosas blancas, como Gasparín).
Pero, francamente, no hay motivos racionales para creer que esos dobles existen. Nunca se ha visto a esos supuestos dobles abandonar a los cuerpos en el momento de la muerte. Las historias sobre apariciones fantasmales no pasan de ser anecdóticas, y ninguna persona que ha alegado encontrarse con un fantasma ha proveído evidencia convincente de su experiencia, más allá de su testimonio. Además, es muy curioso que los fantasmas nunca aparezcan desnudos. ¿Acaso las ropas también tienen dobles fantasmales hechos de materia etérea?
Algunos filósofos más refinados han postulado que lo que sobrevive a la muerte no es propiamente un doble fantasmal, sino el alma. A diferencia del doble, el alma es una sustancia inmaterial que alberga los recuerdos, pensamientos, emociones, deseos, etc., en fin, todos los contenidos mentales de las personas. Así, según estos filósofos, en el momento de la muerte el cuerpo se descompone, pero el alma sigue existiendo, y eso permite la inmortalidad.
Por muchos siglos, la mayor parte de los filósofos aceptó esta teoría. Pero, hoy sabemos que enfrenta demasiados problemas. ¿Cómo puede existir la actividad mental sin el cerebro? Hoy la neurociencia ha avanzado lo suficiente como para saber que, por cada evento mental, hay una correspondencia con un evento cerebral (es decir, la activación específica de neuronas). Sabemos que el Alzheimer, o cualquier lesión al cerebro perjudican los contenidos mentales. Además, sin un cuerpo que permita exteriorizar los contenidos mentales, ¿cómo podemos comunicarnos con otras personas en un estado incorpóreo? Aunado a eso, si el alma es inmaterial, ¿cómo puede interactuar con el cuerpo, si precisamente éste es una sustancia material? Y, peor aún, si el alma es inmaterial (y, por ende, no tiene ubicación espacial), ¿cómo podemos distinguir a un alma de otra?
Las religiones orientales asumen que el alma viaja de un cuerpo a otro, en un ciclo de reencarnaciones. Pero, una vez más, esta doctrina enfrenta muchos problemas. Si no recordamos las vidas pasadas, ¿cómo podemos seguir siendo la misma persona que supuestamente fuimos? Y, además, es evidente que la población mundial ha crecido exponencialmente; pero, entonces, ¿de dónde salieron las almas para rellenar los nuevos cuerpos? Algunos investigadores norteamericanos han recopilado casos en los que niños de la India y otros países supuestamente recuerdan con vívidos detalles sus vidas pasadas, y estos detalles supuestamente han sido confirmados. Pero, existen buenas razones para pensar que estos testimonios son fraudulentos, o en todo caso, que las investigaciones no han sido lo suficientemente rigurosas.
Frente a tantas dificultades, algunos creyentes en la inmortalidad encuentran refugio en la religión judía, cristiana o musulmana: según estiman, la inmortalidad no es alcanzada mediante la sobrevivencia de un doble o del alma, sino a través de la resurrección. El día del Juicio Final, Dios hará resurgir todos los cuerpos que algún día vivieron. Pero, esta doctrina también enfrenta problemas gravísimos. No es del todo claro que la persona post mortem sea la misma que la persona ante mortem: si destrozo una caja de cartón, sus piezas se disgregan, y luego la reconstituyo, difícilmente la nueva caja será la misma que la caja que destruí. Además, es dudoso que Dios pueda reconstituir todos los cuerpos a la vez, pues sabemos que la materia se recicla: los átomos que conformaron a una persona hace doscientos años pueden ser los mismos que conformen a otras personas hoy en día.
En la época victoriana, hubo un furor por hacer contacto con los muertos. Aparecieron así grandes cantidades de médiums en sesiones espiritistas que alegaban traer mensajes del más allá, y manifestaban toda suerte de fenómenos extraños. Gracias a la ardua labor de escépticos como Harry Houdini, hoy sabemos que esos fenómenos eran meros trucos de magia.
En fechas recientes, algunas personas han vivido ‘experiencias cercanas a la muerte’: cuando sus signos vitales fallan, alegan transitar por un túnel con una luz al final, vivir sentimientos de paz, y encontrarse con seres queridos ya fallecidos. Pero, las investigaciones sobre estos fenómenos sugieren que, en realidad, ninguna de estas personas ha alcanzado la muerte cerebral, y que esas experiencias en realidad proceden de alucinaciones como consecuencia de la anoxia (falta de oxígeno). Incluso, los neurocientíficos han logrado inducir experiencias como éstas, sin necesidad de someter a los sujetos a condiciones cercanas a la muerte.
Le faltan sus conclusiones para poder comentar este tema tan importante, aunque parezca obvio su inclinación, o quizás le estamos dando ideas para su próximo libro.
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