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En cierta ocasión, un señor acudió a cobrar una vieja deuda. Sorprendentemente, el deudor se excusó alegando que él no debía nada, pues él no era la misma persona que había contraído la deuda. Puesto que había envejecido, él era ahora otra persona. El acreedor, enfurecido, lo golpeó severamente. El deudor su quejó del dolor y le reprochó una acción tan salvaje, pero el acreedor le respondió que, aunque entendía su dolor, él no era responsable, pues él ya no es el mismo que la persona que hacía unos segundos lo había golpeado.
Mucha gente se ha reído con esta escena. Pero, más allá de su efecto cómico, la escena invita a pensar: aun frente a los cambios que atravesamos en nuestras vidas, ¿seguimos siendo las mismas personas? La mayoría de nosotros nos inclinamos a pensar que, en efecto, aun frente a los cambios, seguimos siendo los mismos. Pero, ¿cuál es el criterio exacto para sostener que sigo siendo la misma persona? ¿Cómo sé que el bebé retratado en una foto hace treinta años es la misma persona que ahora escribe estas líneas?
Pareciera que la forma más elemental de responder a esta pregunta es apelando al cuerpo. Una persona será la misma, si y sólo si, conserva el mismo cuerpo. Pero, pronto entramos en problemas. De entrada, sabemos que nadie conserva exactamente intacto el mismo cuerpo: cada diez años, nuestro cuerpo renueva sus átomos. Podemos salvaguardar esta objeción sosteniendo que, siempre y cuando el cuerpo mantenga continuidad en el tiempo y el espacio, sigue siendo el mismo. Así, una persona será la misma, si y solo si, conserva el cuerpo con una continuidad especial y temporal. Bajo este criterio, sé que el bebé de la foto y quien escribe estas líneas son la misma persona, porque tienen el mismo cuerpo (aun si éste ha sufrido transformaciones).
Pero, supongamos que Juan con su hermano Pedro, y sufren un terrible accidente. El cuerpo de Pedro se lesiona por completo, pero su cerebro queda intacto. El cerebro de Juan se lesiona por completo, pero el resto de mi cuerpo queda intacto. Los médicos proponen colocar el cerebro de mi hermano en mi cuerpo. ¿Quién sería esa persona, Juan o Pedro? ¿Sería Juan con el cerebro de Pedro? O, ¿sería Pedro con el cuerpo de Juan? Presumiblemente, esta persona tendría los recuerdos de Pedro (los rasgos de la personalidad se alberga en el cerebro). Esto nos conduciría a pensar que esta persona sería Pedro.
Por ello, estaríamos en la necesidad de modificar el criterio para sostener la identidad de las personas. Ya no es el cuerpo, sino el cerebro, lo que dicta cuándo una persona sigue siendo la misma. Así, una persona seguirá siendo la misma, si y sólo si, conserva el mismo cerebro.
Pero, podemos pensar aún en otras situaciones, las cuales nos obligan a reconsiderar este criterio. Imaginemos que un día, un zapatero se despierta en el cuerpo de un príncipe, y un príncipe en el cuerpo de un zapatero. La persona que se despierta en el palacio tendría recuerdos de haber aprendido el oficio de la zapatería, mientras que la persona que se despierta en el taller tendría recuerdos de su vida en la corte. Ahora bien, ¿quién es el zapatero, y quién es el príncipe? Intuitivamente, responderíamos que la persona que recuerda ser el príncipe es el príncipe (aun si despertó en el taller), y la persona que recuerda ser el zapatero es el zapatero (aun si despertó en el palacio). Esto parece indicativo que el criterio para la identidad no es propiamente el cerebro, sino la continuidad psicológica. Es decir, una persona seguirá siendo la misma, si y sólo si, mantiene una continuidad mediante los contenidos mentales, en especial la memoria.
Pero, surge otro problema. Hay muchas personas que sufren de amnesia y pierden los recuerdos de las etapas anteriores de su vida. ¿Significa eso que dejan de ser la misma persona? Y, además, existe la posibilidad de que más de una persona alegue conservar los mismos recuerdos. Supongamos, por ejemplo, que el zapatero se despierta en el cuerpo del príncipe en el Palacio Real; pero supongamos también que en algún otro palacio, otra persona en cuerpo de príncipe se despierta con exactamente los mismos recuerdos del zapatero. En ese caso, habría dos personas que conservan la continuidad psicológica con el zapatero. Pero, es evidente que ambas no pueden ser el zapatero, y sería arbitrario que una fuese el zapatero, pero la otra no. Entonces, pareciera que, aun si ambas personas conservan la continuidad psicológica con el zapatero, ninguna de las dos en efecto sería la misma persona que el zapatero.
Aparentemente, ni el cuerpo, ni el cerebro, ni la continuidad psicológica, son criterios satisfactorios para sostener la preservación de la identidad personal. Ante la insuficiencia de estos criterios, quizás la salida sea postular que, sencillamente, no hay criterio y que, después de todo, las personas no persisten en el tiempo. Quizás aquello que llamamos ‘yo’ no sea más que un conglomerado de sensaciones que no necesariamente mantienen una unidad entre sí. Ciertamente se trata de una postura muy contraintuitiva, pero no deja de ser digna de consideración.
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